Amor Incondicional.
Como seres humanos, tenemos una tendencia natural a querer poseer lo que amamos: MI casa, MI carrera, MI perro, MI carro, MI familia, MIS amigos… MI pareja.
Esta necesidad necia de poseer a mi pareja, de que sus acciones sean motivadas solo por mí y dirigidas a proveerme mi dosis diaria de felicidad, de contento o excitación, es causa de sufrimiento dentro de una relación. Querer poseer a mi pareja, moldearla a mis necesidades, controlar sus comportamientos según mis expectativas, querer tener autoridad en su vida, tener voz y voto en la manera en la que gasta o invierte su tiempo, en corto, querer poseer lo que no es nuestro, es causa de sufrimiento.
Somos seres individuales, no pertenecemos a nadie y nadie nos pertenece. Caer en la ilusión romántica de que “yo soy tuyo y tú eres mía” es irónicamente la causa principal del desamor.
Esto no significa que somos seres solitarios. Gozamos y nos beneficiamos infinitamente del encuentro con el otro. Relacionarnos con el otro es necesario para una vida plena. Las relaciones sociales y familiares nos alimentan, pero las relaciones de pareja nos enseñan, nos pulen, nos maduran y nos elevan en conciencia. La clave está en aprender a amar.
Amar es respetar la libertad de tu pareja. Y no, no estoy hablando de relaciones abiertas ni de permitir que en nombre de una falsa libertad tu pareja te trasgreda. Estoy hablando del derecho universal de toda persona de decidir qué hacer con su vida y cómo hacerlo. Del derecho que tenemos de tener opiniones, visiones y procederes particulares, que pueden estar o no alineados con las visiones y procederes del otro y eso está bien. Es parte de nuestra heterogeneidad colectiva.
“Permitir” (y con permitir más bien me refiero a observar con serenidad) que tu pareja sea todo lo que puede ser, que haga todo lo que puede hacer y explore su potencial personal en libertad, es un acto de amor. Necesitamos aprender a honrar su individualidad permitiendo que se exprese con todos sus colores, incluidos los que no nos gustan y los que no benefician a nuestra agenda personal. Pues, cuando verdaderamente amamos a una persona, la amamos completa, con todo lo que es, tal cual es.
Amar no exige resultados. No es una inversión. No amo para que me amen de vuelta. Amo porque amar me llena de vida, de alegría y me conecta con Dios. Si el amor se exige, se destruye. El amor no se trata de lo que tú puedes darme, sino de lo que yo puedo darte a ti.
Si, estar en pareja es tomar un compromiso mutuo, pero este no debe provenir desde la exigencia o el miedo, sino desde el amor y la madurez emocional.
Ejercitamos el verbo amar cada día al pensar en la persona que amamos y le enviamos luz y bendiciones, al crear un espacio luminoso para que pueda descansar el corazón y compartir sus experiencias. Ejercitamos la creatividad amando en miles de modos posibles y entendiendo que a veces nuestra presencia no será requerida y respetar ese espacio es también amar.
¿Pero cómo amar de esta manera? ¿Cómo aprender a amar incondicionalmente sin que esta práctica nos lleve al sufrimiento o a sentirnos drenados por dar sin medida?
Empieza contigo mismo. Ámate incondicionalmente. Llénate de amor cada día, de gratitud, de dicha. Aprecia cada una de tus peculiaridades, apapacha tu cuerpo, agradécele que te mantenga vivo, reconoce su belleza. Reconoce tu valor personal, tus virtudes, tus dones. Enorgullécete de quien eres, de tu sabiduría, de tus corazonadas, de tu materia y de tu conciencia.
Alimenta tu alma persiguiendo tus sueños, trabajando en tus propósitos de vida, proporcionándote conocimiento, crecimiento, experiencias, conectándote con la divinidad de la manera que tú prefieras. Honra a la semilla de Dios que está dentro de ti, trátate como tratarías a la persona amada. Regálate tu propio amor incondicional en todo momento. Perdónate. Desarróllate. Se libre y feliz. Moldea una mejor versión de ti mismo con humildad.
Aprende a relacionarte contigo mismo. Ten citas de amor contigo mismo. Encuentra la plenitud en ti mismo, en tus momentos de soledad y así no necesitarás exigirla de ningún lugar externo. Encuentra la semilla del amor dentro de ti y te convertirás en una vasija infinita de amor puro y verdadero y compartir ese amor con tu pareja, y con el mundo, será un acto dichoso y lleno de luz. Se el amor y atraerás amor, Se la luz y la luz vendrá a ti.
Nuestras vidas tienen un propósito y ese propósito es mucho más grande que una pareja. La pareja es con quien podemos compartir ese propósito, con quien caminamos en paralelo, cada uno en su camino, pero amándonos. (A veces cerca y a veces no tanto.) La pareja es un lugar en donde puedo ser plenamente y donde permito ser al otro.
En el amor espiritual, yo soy el plato principal, yo soy la verdadera nutrición de mí mismo y mi pareja es el postre, el chocolate en el que me deleito y ¿Quién no amaría incondicionalmente a un chocolate?